Texto: Gabriela Jiménez
78 años de vida y 66 de carrera profesional forman una historia de logros y anécdotas, siempre con la guitarra de testigo. Rosalino no para de crear y compartir su música y su vitalidad.
Una guitarra rota no fue obstáculo para un niño de 6 años al que su padre le prohibía entonarla por la fama de bohemios que tienen los artistas; fue el reto de crear sus primeros acordes a escondidas y con precaución.
Así empezó una carrera que continúa escribiéndose, la historia de Rosalino Quintero, cuencano de 78 años que desde los 12 ejerce profesionalmente la música.
Pero no solo es un buen requintista, también es joyero y se desempeñaba como tal en su tierra natal, hacía anillos de oro, aretes y cubiertos de plata. Él comenta que le gustaba su actividad, pero la música siempre ha sido su pasión.
Sus primeros pasos los dio de la mano de su hermano materno Joel Alvarado, con quien formó un dúo que dio inicio a su carrera profesional. A los 14 años ya era parte del trío Los Campiranos.
A los 20 se casó con Bertha Sanmartín, con quien lleva 58 años de matrimonio, y se trasladaron a Guayaquil; los tres primeros meses buscó empleo en joyerías, pero no lo consiguió.
Lo que encontró fue un buen amigo, Fernando Maridueña, quien guió su camino hacia la música, el arte que domina sus deseos, explica con un aire de nostalgia.
Rosalino ha recorrido diferentes caminos, pero todos con una música de fondo, pasillos, albazos e incluso guarachas. Recuerda que con apenas 16 años empezó su coqueteo con la fama, pues nació el nombre de Julio Jaramillo con Rosalino Quintero y su conjunto, con clásicos como Fatalidad, Al otro lado, Náufrago de amor, Para ti madrecita y más de cien temas que grabaron juntos y que se escucharon dentro y fuera del país.
Ya en 1956 continuó como solista y arreglista de otros artistas o grupos como Marino Álvarez, los hermanos Miño Naranjo, con quienes viajó entre diez y doce años, puliendo sus voces, buscando canciones en letras antiguas, creando los arreglos musicales y compartiendo como gran maestro sus logros, a la par que sus actuaciones con Los hermanos Villamar, el trío Los Indianos, Los Brillantes, Los Zafiros y más.
Comenta que tuvo suerte, porque en aquel tiempo escribir arreglos y vender discos era un negocio, sin ocultar la picardía de su mirada, como quien acusa un delito al cual ya se resignó. Sin embargo, no es impedimento alguno para continuar entonando al menos una hora diaria su guitarra.
Ese entusiasmo lo llevó a crear un ambiente de antaño al que llamó La Peña de Rosalino, donde por el incumplimiento de los artistas y las peticiones del público formó dúo con su hijo, Jimmy Quintero.
Y aunque el negocio ya dejó de funcionar, Rosalino no descansa, pues desde hace cinco años dirige el grupo musical La Rondalla, de la escuela de Turismo de la Escuela Superior Politécnica del Litoral.
“El trabajar con jóvenes universitarios es un reto, pero me siento feliz cuando me piden pasillos, albazos, boleros, porque siento que he logrado que aprecien estos ritmos”, dice, mientras observa los reconocimientos que ha obtenido y que mantiene en la pared de su sala.
El último disco de La Rondalla, Dejando huellas, para un amigo y maestro, es su gran satisfacción y motivación, así como sus hijas, nietos e incluso un bisnieto de 17 años que también entona la guitarra. Una vida a la que él llama “mi mundo” y con la que contribuye a la música nacional.
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