JOSE MARIA URBINA VITERI En 1823 los envió a Guayaquil recomendados al General Juan Illingworth, que el 21 de Octubre los matriculó de Cadetes en la recién fundada Escuela Náutica, tratándoles como a sus propios hijos. El 4 de Septiembre de 1824 ascendió a Aspirante y fue destinado a la Goleta La Guayaquileña. En 1825 participó en el sitio y bloqueo del Callao y se portó tan bien que Illingworth escribió: «Entre los valientes jóvenes que me acompañan, sobresale en valor que calificaré de audacia, en inteligencia y subordinación, Urbina. Su valor raya en temeridad y en cuanto a disciplina, nada hay qué decir». En 1826 volvió a Guayaquil como Alférez de Navío y existiendo el peligro de que los países de la Santa Alianza formada por Austria, Rusia, Prusia, Inglaterra y España principalmente atacaran al nuevo mundo, partió a Cartagena de Indias a preparar con Illingworth la flota que defendería las aguas del mar Caribe. En Enero del 27 sirvió en el Apostadero de la Marina. En Agosto del 28 la Corbeta peruana Libertad estableció el bloqueo de Guayaquil y se abrieron nuevamente las operaciones militares. Para solicitar explicaciones partió el General Tomás Carlos Wrigth en la Guayaquileña. El día 31 se avistaron ambas naves a la altura de Punta Malpelo y los peruanos abrieron fuego. Nuestros jóvenes marinos (Urbina, Juan González y Francisco Robles) antes de entrar en acción habían comentado un sueño del último, en el cual Urbina salía herido en la pierna derecha, González perdía la vida y Robles quedaba ileso, como efectivamente ocurrió después. La nave peruana se retiró abandonando el bloqueo. En Noviembre ascendió a Oficial de Ordenes de la Dirección Naval con el grado de Teniente y cuando el 22 de ese mes se presentó a nuestra ría la escuadra peruana, con su hermano atendió a la defensa del malecón. El asedio duró varios meses y terminó con una honrosa capitulación de la plaza. Entonces acompañó a Illingworth hasta la hacienda Chonana y anduvieron varios meses por los montes huyendo de las avanzadas peruanas. Recuperada la ciudad por Bolívar, fue designado Mayor de Ordenes del Apostadero en 1829. En Mayo de 1830 apoyó al General Juan José Flores en la creación de la República y fue enviado a Bogotá a comunicar la noticia al Libertador pero no lo halló, pues ya había salido con destino a Europa. Poco después combatió a la revolución del General Luis de Urdaneta. El 31 desempeñó varias comisiones de importancia ante los gobiernos de Bolivia y Chile pues tenía fama por sus buenos modales e insinuantes maneras. El Coronel Destruge le dio las quejas a Flores, de que Urbina imitaba a Flores en todo, causando mucha gracia tal afirmación. En 1833 fue su Edecán y el 12 de Octubre le apresaron en Guayaquil cuando el Comandante Pedro Mena proclamó la Jefatura Suprema de Vicente Rocafuerte. Deportado a Paita, regresó subrepticiamente por Loja y Cuenca con el General Antonio de la Guerra, el Coronel Federico Valencia y el Comandante Ignacio Pareja Mariscal. En Diciembre se reunieron con Flores. En 1834 intervino en casi todas las acciones militares durante la célebre revolución de los Chihuahuas, contra las fuerzas guayaquileñas de la isla Puna. En Septiembre de 1834 fue elevado a Coronel y desempeñó interinamente el Ministerio de Guerra y Marina. El 16 de Enero del 35 combatió con los ejércitos de Flores y Rocafuerte en Miñarica. Seguía de Edecán de Flores. En dicha acción murieron 800 ecuatorianos del Partido Nacional. Su biógrafo Camilo Destruge dice que Urbina desde entonces juró respetar la vida como don precioso. En 1836 fue designado Encargado de Negocios en Bogotá y en contacto con los jóvenes liberales de esa capital aprendió la buena doctrina, de la que no se apartaría jamás El 37 el Presidente Rocafuerte le retiró la agencia por gastador. Pedro Fermín Cevallos le ha calificado en esa etapa de «joven de entendimiento bien despejado y tan malgastador y travieso como el mismo General Flores, pues malbarataba allá más de lo que podía satisfacer nuestro gobierno». Entonces volvió a Quito con desagrado y se negó a comparecer a Palacio. Le enjuiciaron por rebeldía pero sin consecuencia. Resentido doblemente por haber sido cancelado y enjuiciado conspiró con el General Juan Otamendi para defeccionar al batallón de Lanceros en Riobamba, pero fueron denunciados por el Jefe de ese cuerpo y salieron al destierro en Papayán, acusados de «miserables cabecillas». En Colombia abrió campaña por la prensa acusando a gobierno de Rocafuerte del feo delito de fusilar sin fórmula de juicio a sus enemigos políticos, y solo volvió a Quito cuando Flores asumió nuevamente el poder en 1839. En 1840 el General Pedro Alcántara Horran solicitó la intervención militar del Ecuador en los asuntos internos de Nueva Granada. Urbina fue designado Jefe de Estado Mayor de la I División del ejército Auxiliar ecuatoriano y atravesó con Flores la frontera el 27 de Septiembre. Primero se situaron en Pasto, ciudad abandonada por el General José María Obando, a quien derrotaron después en la quebrada de Huilquipamba; pero la campaña se prolongó por quince meses en inútiles enfrentamientos y a mediados de 1841 el ejército ecuatoriano se retiró agotado a Quito, restituyéndose pacificada la provincia de Pasto a la Nueva Granada. Enseguida le fue confiado el Consulado General en Lima para gestionar en favor del Mariscal Andrés de Santa Cruz desterrado en las costas manabitas; mas, el Gobernador del Guayas, Vicente Rocafuerte, se negó a autorizar los viáticos y suspendió intempestivamente el viaje. Para enmendar la plana Flores designó a Urbina Jefe de Estado Mayor, en Enero del 42 Gobernador de Loja y el 2 de Marzo Secretario de la Legación en Lima a cargo del General Bernardo Daste. Urbina salió por Macará pero la Misión fracasó por causas meramente políticas. En 1843 asistió al Congreso como Diputado por Loja, votó por la reelección de Flores a la presidencia de la República por seis años y por la nueva Constitución que el pueblo dio en llamar la Carta de Esclavitud. Enseguida fue designado Gobernador de Manabi, donde le sorprendió la noticia de la revolución nacionalista del 6 de Marzo de 1845, a la cual plegó el día 17 con el Pronunciamiento de Portoviejo, ganándose la gratitud del Gobierno Provisorio, que el 22 le ascendió a General de Brigada. Entonces organizó la II División del Ejército, debeló un complot floreano y avanzó a Guayaquil, ingresando el 27 de Mayo triunfalmente con 700 hombres, en medio del delirante entusiasmo de la población. Al otro día visitó por primera ocasión el hogar de su media hermana Josefa Urbina Llaguno, viuda que era del Coronel Manuel Jado y Goenaga, para darle el pésame por el fallecimiento de su hijo Francisco, mortalmente herido en uno de los combates de la hacienda La Elvira. Allí conoció a su sobrina Teresita, Joven de 25 años de edad con quien se casó cuatro años después. Firmados los Convenios de Paz de la Virginia pasó a Quito con Pedro Carbo y el 3 de Junio se suscribió un Tratado con los delegados del encargado José Félix Valdivieso para lograr la unificación de la República. A su regreso desempeñó la Secretaria del Gobierno del Guayas y se trasladó con los Triunviros a la Convención Nacional en Cuenca donde sostuvo la vigencia de los Tratados de la Virginia y para evitar el ascenso de Olmedo a la presidencia de la República, por estar apoyado en su archienemigo Rocafuerte, tomó partido por Roca que salió electo y en Diciembre le designó Ministro Secretario General hasta que se instaló en Quito. En Junio de 1846 fue Diputado por el Guayas y Senador suplente por Manabí asistiendo al Congreso. En Marzo del 47 Encargado de Negocios en Lima para contrarrestar el peligro de una invasión floreana. En Agosto del 48 ascendió a Comandante General de Guayaquil. El 49 volvió al Congreso y presidió la Cámara de Diputados, pero al no poderse elegir al sucesor presidencial pues ni Antonio Elizalde ni Diego Noboa lograron las dos terceras partes de los votos, fue encargado del Poder el Vicepresidente Manuel de Ascázubi, quien nombró a tres Diputados para ocupar otros tantos ministerios. Urbina rechazó la cartera de Guerra y Marina por delicadeza así como una Misión en Europa, a donde se le quería enviar para alejarle del país, dado que su influjo sobre la población de Guayaquil era cada día mayor. Nuevamente en Guayaquil, en Diciembre concurrió con el General Antonio Elizalde a la casa del Gobernador Francisco de Paula Ycaza Silva a proponerle un triunvirato con Elizalde y Noboa, por cuanto los guayaquileños se quejaban contra el Ministro General Benigno Malo Valdivieso acusándole de floreano y estaban contrariados porque los sobrantes de la Tesorería de Rentas del puerto iban a alimentar las de Quito, pero al no someterse los Jefes de la Guarnición fracasó el movimiento. Entonces le llamaron a la Capital pero con astucia y persuasión logró que no le castiguen. El asunto había sido tan público que en Guayaquil Pablo Merino, José Rito Matheus Vasmezon y Ramón Benítez Franco, partidiaros del régimen, decidían sacarle del país para precaver futuras revoluciones y fueron a explicar su plan al Dr. Aguirre Abad, concuñado de Urbina, quien no quiso intervenir por razones estrictamente familiares. El Presidente Ascázubi decidió cambiar a los Jefes Militares de Guayaquil y despachó el 12 de Febrero de 1850 al General Isidoro Barriga con la consigna de reemplazar al Coronel Francisco Robles de la Comandancia del Distrito y a los Comandantes José María Vallejo y Guillermo Bodero que mandaban los más importantes batallones. El 19 arribó Barriga y sustituyó a los Jefes. El 20 Robles visitó a Urbina con fines revolucionarios pero éste se excusó, siguió a casa de Noboa y habló con sus hijos, sobrinos y parientes, entre ellos con el General Guillermo Bodero Franco, premio segundo de Noboa por la rama de Larrabeita, y acordaron tomar esa noche el Batallón N° 1 que no opuso resistencia pues su nuevo Jefe el Coronel Julio Ríos estaba dormido. También ocuparon el Cuartel de Artillería con igual facilidad y pasaron a donde el General Elizalde para que se hiciera cargo del mando, que rechazó indignado por nacer de un golpe militar. En tal circunstancia volvieron a casa de Urbina, quien asumió la Jefatura Militar, designó a Miguel García Moreno Gobernador del Guayas y envió Comisionados a Quito, pero no se produjo ningún arreglo, en vista de lo cual se ofreció nuevamente la Presidencia a Elizalde y ante una nueva negativa se llamó a una Asamblea Popular que se proclamó por Elizalde y como este se pusiera necio en rechazar la Jefatura se terminó designando a Noboa, que siempre había soñado con llegar a presidente, porque era amigo de toda figuración. Urbina fue enviado enseguida a controlar el orden en el centro de la República mientras Noboa gobernaba en Guayaquil y Ascázubi lo hacía en Quito, donde se decretó una Movilización General y se le entregó las Facultades Extraordinarias, luego envió al General Fernando Ayarza a ocupar Riobamba pero la revolución contaba con el apoyo de las mayorías y pronto se extendió por el país. El 6 de Mayo se realizaron las conferencias entre los Delegados de ambos gobiernos. Los de Ascázubi, con el ánimo de llegar a un Acuerdo ofrecieron el retiro del Ministro Malo, del Gobernador Ycaza que ya no tenía mando y aún del propio Ascázubi, negándose a la Convocatoria de una nueva Constituyente y por ello no hubo acuerdo posible. Despejado el panorama político los noboistas se preocuparon de Elizalde que se acercaba amenazador a Guayaquil, felizmente el 27 de Julio se celebró un convenio de Paz en la hacienda La Florida que acordó el cese de hostilidades, con lo cual Noboa pudo convocar a una Convención Nacional en Quito el 8 de Diciembre mientras Urbina, con notable acierto, pacificaba el resto del país, negociando con Elizalde la desocupación de la provincia de Loja y del resto del Austro ecuatoriano. Los primeros actos de Noboa fueron impopulares pues borró del escalafón a 163 militares elizaldistas y entre ellos al propio General Elizalde y al general Ayarza y en su reemplazo llamó a antiguos militares floreanos. Después se malquistó con el gobierno liberal de la Nueva Granada presidido por el General Hilario López, apoyando la insurrección de Pasto y recibiendo a los jesuítas por consejo de su primo el Arzobispo de Quito Nicolás de Arteta Calisto, que según opinión generalizada en el país desde las épocas del libertador Bolívar, era un sujeto ignorantísimo y fanatizado. Por todo eso Urbina se negó a asistir a la Convención y hasta sacó unas cartas anónimas tituladas «Marcistas a la Convención» hablando de la reacción pro floreana del Presidente recién electo. Así las cosas Noboa le pidió que acepte el Ministerio de Guerra y Marina o un cargo diplomático en Europa, pero prefirió la Comandancia de Marina aunque no había flota. El 25 de Febrero la Convención eligió a Noboa para el período de 1850-54 pero como éste no llamó a los roquistas, elizaldistas ni liberales a colaborar en el Gobierno, se ganó la animadversión general, bien es verdad que estos últimos, presididos por Pedro Moncayo, se pasaron a la oposición a causa de sus reservas contra los jesuitas, que eran sacerdotes politizados. Noboa sentíase seguro gobernando con los elementos floreanos y por haber designado a Guillermo Bodero Franco para la Jefatura Militar de Guayaquil, sin imaginar que dicho militar era del grupo urbinista y que en connivencia con ellos permitió el 17 de Julio de 1851 que Manuel Tomás Maldonado proclamara la revolución. Noboa, ignorante de todo ello, venía a Guayaquil a reunir a su familia y conducirla a Quito, cuando a arribar al Babahoyo fue apresado por el Comandente José Marcos. En su compañía venían los Coroneles Matías Sotomayor y Luna y Melitón Vera, quienes también cayeron detenidos. Finalmente, conducidos a un barco en medio de la ría, fueron sacados del país. Noboa tenía un carácter conservador y muchas ínfulas por haber sido Rey de Armas de una Jura Real, ambicionaba la gloria y el poder. Bodero era en cambio un demócrata de cuartel que gustaba de chanzas y palabrotas y era fama que tenía 44 hijos naturales. Ambos gozaban de numerosas relaciones sociales por ser nietos de dos hermanas Larrabeitia Gómez- Cornejo, miembros de la alta clase del puerto principal. La revolución triunfó inmediatamente en todo el país y Urbina entró en Quito y decretó la expulsión de los jesuitas, a quienes ni siquiera conocía, pero tuvo que hacerlo para aplacar las iras del presidente colombiano, medida injusta desde el punto de vista humano, aunque políticamente necesaria para la seguridad externa del país pues era cosa de días la invasión colombiana, al punto que los propios jesuitas habían escapado a Cuenca. Se dijo entonces que con la expulsión había evitado una inminente guerra con el gobierno de la Nueva Granada y con el reingreso de los militares elizaldistas al escalafón, los peligros de una invasión floreana. Urbina ganó inmediata popularidad, tenía solamente 42 años de edad, era orador elocuente, gozaba de experiencia militar y política y por sus buenas maneras sabía ganar el afecto y la voluntad de los demás. Como Jefe Supremo decretó el 25 de Julio de 1851 la abolición de la esclavitud de la República, alegando que cada hombre era dueño absoluto de su propia vida y que ese derecho era imprescriptible, pero tuvo numerosos detractores sobre todo entre los que se habían venido beneficiando de mano esclava. (1) El 17 de Julio de 1852 se instaló la Convención Nacional en Guayaquil que aprobó la VI Constitución. Urbina resultó electo Presidente por 23 votos, siendo los 15 restantes para su concuñado el Dr. Francisco Xavier de Aguirre Abad y 1 para el Dr. Pablo Vásconez. Vicepresidente fue electo Pacífico Chiriboga y el gabinete quedó constituido de la siguiente manera: Interior y Relaciones Exteriores Dr. Marcos Espinel Endara, Hacienda José María Caamaño Arteta que no aceptó por parentesco con Diego Noboa Arteta su primo y fue desempeñado por Francisco P. Ycaza Paredes, y Guerra y Marina por el General Teodoro Gómez de la Torre.
Fuente: Rodolfo Perez Pimentel |
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Jose María Urbina
Posted in presidentes ecuatorianos with tags presidentes ecuatorianos on noviembre 25, 2008 by edmolin657Urbina (parte 2)
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El Presidente de la Convención Pedro Moncayo le dijo a Urbina al posesionarle: «Se os ha elegido porque habéis conjurado la tempestad que amenazaba la República bajo la bandera pirática del traidor americano -Flores- porque habéis reunido en torno vuestro al pueblo en masa para hacer ver al enemigo de la República y a los aristócratas extranjeros que lo protegen, que está vivo siempre en los hijos del Ecuador el amor a su independencia y libertad». Urbina subió ungido por el elemento liberal y con él gobernó. I aunque no tuvo un programa definido llevó adelante un Plan de Gobierno muy lúcido coherente y de alto sentido patriótico, que terminó por acarrearle la oposición de los poderosos y la Intransigencia del clero. Suprimió las llamadas protecturías indígenas, prohibió el cobro anticipado del tributo indígena que había sacado de apuro a los gobiernos anteriores y en 1857 logró la supresión total de aquel. Concedió la posesión de las aguas a varias comunidades indígenas y el urbinismo vino a convertirse en ideario avanzado dentro del pensamiento político de Latinoamérica a mediados del siglo pasado y no la caricatura que han presentado historiadores conservadores como José María Legouir Raud J.L.R. Julio Tobar Donoso, Wílfrido Loor Moreíra, de simple militarismo nacional producto de un caudillo sin mayor instrucción. La invasión Floreana se produjo el 4 de Julio de ese año. Era el aniversario de los Estados Unidos y el Cónsul ofrecía una recepción en su casa cuando se oyeron los primeros disparos del buque Chile de la flotilla pirática de Flores que bombardeaba el malecón. Los concurrentes se alarmaron y salieron a la calle los Generales Urbina, Illingworth y Villamil a fin de dirigirse al fortín de Saraguro – hoy Club de la Unión – donde desplegaron a los artilleros del batallón Restauradores y tras dos horas de intensos disparos pusieron en fuga a los floreanos. En la lucha perecieron 2 mujeres, 2 niños y el español Francisco Reina Martos, compadre de Flores, que asomado al balcón de su casa gritaba como desaforado hasta que una bala perdida de la flotilla le dejó sin vida. Lo pajarearon, se dijo entonces, de su trágica muerte. Tras esa intento renació la paz y Urbina pudo gobernar con tranquilidad. En 1854 inició los arreglos de la Deuda Externa con Elías Mocatta representante de los tenedores ingleses y en Noviembre se celebró el Convenio Mocatta-Espinel en 28 artículos, por el cual el Ecuador reconocía en favor de los acreedores la cantidad de 1’824.000 libras esterlinas o sea 9’120.000 de pesos, emitiéndose los bonos ecuatorianos de la Deuda Consolidada con un interés anual del 1% y estipulándose las condiciones para los pagos y la adjudicación de tierras baldías en la bahía del Pailón en Esmeraldas y en las provincias orientales de Jaén y Mainas. La Deuda se había originado el 23 de Diciembre de 1834 cuando la comisión Granadina-Venezolana adjudicó a la República del Ecuador el 21,5% de los créditos pasivos de la antigua Colombia, cantidad aumentada en 2´000.000 de pesos de intereses en 1854. Posteriormente desterró a la familia del General Flores, quien conspiraba contra la seguridad del estado y de América en Europa y se suscribió un Tratado de Paz con la Nueva Granada que puso fin a las tensas relaciones existente desde el asunto de los jesuitas. Fiel a su ideario liberal Urbina no usó jamás de violencia alguna ni de crueldades con nadie. Por eso se ha escrito que los años de su mandato fueron de Paz, excepto la invasión del 52. En lo político hubo una absoluta libertad de prensa, florecieron las Sociedades Democráticas, las Academias para la educación de los militares y las escuelas en los cuarteles para enseñar a leer y a escribir a los soldados. Sostuvo la Escuela Náutica, fundó los lazaretos de Quito y Cuenca, el Cuartel de Artillería, el Hospital Militar, el malecón de Guayaquil, inició el camino de Cuenca a Naranjal, reparó el Palacio de Gobierno, los edificios de la Policía y Cárcel así como el puente sobre el río Machángara. También ordenó reponer el Obelisco y la Lápida de los Académicos en Tarqui. Al término de su mandato, el soldado sin mayor ilustración pero respetuoso de todos como le conocían en algunos medios de la oposición, con su encantadora sociabilidad y finos modales, habíase ganado la amistad de sus antiguos oponentes por no haber realizado acciones negativas como las de Flores y Rocafuerte que acostumbraban fusilar a sus oponentes. Convocadas las elecciones triunfó ampliamente el candidato oficialista Francisco Robles, quien gozaba de gran popularidad en Guayaquil por su temeridad y valentía, sobre el opositor Teodoro Gómez de la Torre. Montalvo referiría después que mientras duró la presidencia de Urbina, su madre vivía asilada en la casa de la familia del escritor en Ambato, sin cambiar su modesta situación socioeconómica de siempre, también por eso Julio Tobar Donoso ha dicho que Urbina era manso y generoso y muy desprendido con el dinero. A fines del 56 le designaron Ministro Plenipotenciario ante varios países de Europa aunque a última hora prefirió quedarse en el Ecuador para defenderse de posibles acusaciones en el Congreso. En 1858 Flores inició una nueva ronda de intrigas ante el Presidente peruano Ramón Castilla a fin de obtener el rompimiento diplomático de ambas naciones y le subministró copia de uno de los planos que nuestro gobierno había extendido al representante de los tenedores de bonos de la Deuda, sobre las tierras baldías en el oriente, tierras que el Perú pretendía como suyas. Castilla mandó al vapor de guerra Amazonas a patrullar las aguas del golfo de Guayaquil, después que su representante Juan Celestino Cavero había sido devuelto a Lima por comportamiento irrespetuoso y altanero. El Diputado Gabriel García Moreno se hallaba complotando contra su Patria en el Perú y en vista de la indiferencia y falta de apoyo de Castilla se vino en un vapor enemigo y siguió subrepticiamente a Quito, donde acababa de organizarse un gobierno Provisorio el 1° de Mayo de 1859, que le confirió el mando de las tropas. Con ellas pasó al centro de la República y en Tumbuco, cerca de Guaranda, libró el 5 de Junio una gran batalla contra Urbina que le fue desfavorable. De allí en adelante Urbina aplastó toda revuelta y entró en Quito mientras García Moreno se regresaba al Perú cubierto de ignominia. Poco después Urbina pasó a Ibarra y el 23 firmó un Convenio con el resto de los alzados pacificando al país. A los dos meses Rafael Carvajal repasó el Carchi y con una columna de mercenarios colombianos entró en Imbabura, donde tras varios combates indecisos venció a los gobiernistas en Guaranturo y el 4 de Julio tomó la capital mientras Guillermo Franco se proclamaba Jefe Supremo en Guayaquil. Como el Presidente Robles se quedó aislado en Riobamba no tuvo más que solicitar pasaporte y ausentarse por Guayaquil al Perú. Urbina se hallaba en Cuenca e hizo lo mismo, quedando solamente García Moreno en Quito y Franco en Guayaquil pero cercado por los militares peruanos. Entonces García Moreno hizo las paces con el odiado Flores y prepararon la toma de Guayaquil mientras Franco se desasía de los militares enemigos firmándoles el Tratado de Mapasingue. Para Urbina había comenzado el largo y penoso destierro pues, falto de medios económicos, sobreviviendo de pequeñas ayudas que le enviaban los suyos, no podía hacer nada más. Primero radicó en el puerto boliviano de Cobija. En Mayo de 1862 y a través de sus amigos Miguel Riofrío y Juan Borja entró en correspondencia con el General Tomas Cipriano Mosquera, pero habiéndose opuesto a la creación de la Confederación Colombiana por constituir la desaparición de la República del Ecuador, cesó dicho Intercambio epistolar. García Moreno tomó la posta, se relacionó con Mosquera y luego se peleó con él. En Mayo Urbina preparó una invasión con tropas ecuatoriano-chilenas pero el proyectó abortó. De toda maneras le quedó la nave Nueva Granada luego llamada Bernardino. Fueron tiempos duros, de soledad y miseria, a veces acompañada de algún otro exilado tan o más pobre que él. «I en las Jargas noches del exilio contaba sus aventuras y peripecias con humor y acopio de detalles”. En Marzo del 64 García Moreno decretó la expulsión de su esposa Teresa Jado de Urbina y sus cuatros hijos quienes residían tranquilamente en Guayaquil. La medida fue más brutal porque solo veinte horas antes acababa de morir Dña. Josefa Urbina de Jado, su madre, anciana de casi 81 anos de edad, cuyo cadáver aún permanecía insepulto, negándosele a su hija el velar dichos venerandos restos. Desde entonces radicó el General Urbina, su esposa e hijos en Paita y como se le tenia por caudillo del Partido Liberal del Ecuador, el comerciante chileno Antonio Millan le puso el dinero necesario para artillar el Bernardino con dos cañones, que le debía conducir a Guayaquil con una pequeña expedición. Juan Antonio Robinson comprometió en Machala a los Comandantes Eusebio Avila, José María Pérez y Simón Saona, a los Capitanes José Madero y Eduardo Mora y a once sujetos de primera categoría, liberales de los contornos. El 7 de Agosto proclamaron la Jefatura Suprema de Urbina pero sobrevinieron circunstancias desgraciadas y el 29 de Septiembre fracasó el ataque armado a Santa Rosa. Urbína estaba en Zapotillo y debió repasar la frontera. En Tumbes fue desarmado y se internó al Perú. A principios de Mayo de 1865 José Marcos comprometió al Capitán Francisco Modesto Game Soler del vapor fluvial Washington antes Anne y con Juan Heredía, Eduardo Hidalgo Arbeláez, Juan Bohórquez y otros treinta hombres del Guayas salieron ocultamente al sitio Palo Largo cerca de Babahoyo. El 31 se embarcaron por la tarde y de noche embistieron osadamente al buque de Guerra Guayas y mataron a su Comandante José Matos. Unidas ambas tripulaciones al mando de Marcos pasaron a Tumbes donde les esperaba Urbina en el Bernardino mandado por el Coronel José Maria Vallejo Mendoza y con la goleta La Luz del Comandante Antonio Suárez. Formada la Flota se les incorporó el Coronel Rafael Real con otros patriotas y como no se produjo la revolución en Guayaquil, pasaron a Jambelí mientras se atrincheraban las fuerzas del gobierno en Santa Rosa. Ignoraba Urbina que la noticia de su invasión había llegado a Quito y el Presidente García Moreno a revienta cinchas acababa de entrar en Guayaquil y como le pareció a Urbina una imprudencia dejar enemigos a sus espaldas, resolvió dividir su pequeña tropa y partió en el Washington a Zarumilla con el Comandante Juan Heredía y su segundo Game. Allí encontró al Coronel Mariano Irigoyen con 30 hombres. En Gualtaco halló a Gaspar Alamiro Plaza, Julian Indaburo Bodero, Juan Francisco Mariscal y Enrique Laroque, al Coronel José María Cornejo y otros más y con ellos tomó Santa Rosa el día 24 de Junio, sin imaginar que García Moreno, en gesto por demás audaz, había sorprendido al resto de la flotilla, fusilando criminalmente y por tandas escalonadas al total de 29 prisioneros hasta su arribo a Guayaquil. Así terminó, tan tristemente, su famosa invasión. La esposa y los hijos de Urbina pidieron salvoconducto y Montalvo escribió en el Cosmopolita: La proscripción de Urbina debe terminar. Los presidentes del Ecuador se mueren de hambre, dicen en el Perú. Hambre gloriosa, pero hambre; aunque de nada sirvió ese grito de justicia pues el General y su familia siguieron en Paita hasta 1867 que pasaron al Callao. El 68 la familia retornó finalmente al país aunque por poco tiempo, pues con el golpe de García Moreno de Enero del año siguiente, tuvieron que volver a expatriarse en Febrero. Seis años después, en 1875, murió el tirano en Quito, Urbina no había participado en el complot ni fue acusado de ello así es que regresó el 30 de Enero de 1876 tras dieciséis años de ausencia. Llegó con espíritu esforzado a pesar de los reveses, pues el ostracismo que abate a los pequeños caracteres exalta los grandes y «el pueblo en masa acudió espontáneamente para recibir al ilustre proscrito. Estaba allí representadas todas las clases sociales, la muchedumbre cubría el ancho del malecón y las calles adyacentes, las aclamaciones no cesaban un instante y aquello fue un verdadero recibimiento triunfal». El viejo General apareció en el balcón de su casa y dirigió la palabra al pueblo que le aclamaba delirante (2). El 12 de Febrero fue declarado en servicio activo, como en comisión, pero no aceptó esa forma de pago. Entonces se le asignaron sus Letras de Cuartel desde el mes de Enero que había ingresado al país. Poco después volvió a Lima a finiquitar varios asuntos privados, donde le cogió por sorpresa la revolución liberal del 8 de Septiembre que elevó a la Jefatura Suprema al General Ignacio de Veintemilla. Llamado a Guayaquil por el movimiento, arribó el 8 de Octubre, fue recibido con vítores y volvió a tomar la palabra en su casa. Veintemilla le fue a visitar y nombróle Jefe del Estado Mayor General del Ejército y único responsable de todas las operaciones de la campaña a iniciarse. En Diciembre marcharon los ejércitos guayaquileños a la sierra. Veintemilla y Robles mandaban el ala izquierda que subió por Babahoyo y tomó el Camino Real hasta el sitio de los Molinos cerca de San Miguel de Chimbo, derrotando el 14 de ese mes a las fuerzas borreristas del Comandante Quiróz; mientras Urbina, con el grueso de las tropas, trepando por Yaguachi arrolló al General Julio Sáenz Fernández-Salvador en los helados pajonales de Galte. Allí se lucieron los Generales José Vicente Maldonado, José Sánchez Rubio y Guillermo Bodero Franco, los Coroneles Víctor Proaño Carrión, Pedro Pablo Echeverría y José María Cornejo y el Mayor Jacinto Garaycoa. Enseguida ocupó la plaza de Riobamba, que años atrás le había visto vencedor en Tumbuco. En Galte se usó por primera ocasión en el país los famosos fusiles de repetición marca Remigton de fabricación norteamericana, que sembraron el desconcierto en las tropas gobiernistas, así como las ambulancias y el Cuerpo médico de la Cruz Roja. Tras el triunfo un
subalterno le insinuó a Urbina que se proclame Jefe Supremo pero fue duramente reprendido. Poco después entraron los triunfadores en Quito en medio de aclamaciones y saludos. En Quito ardía el clero convertido en dócil instrumento político del partido Terrorista o Garciano, de ultraderecha, explotando el fanatismo de las masas analfabetas, realizando graves motines, vendían las alhajas de los conventos para hacer dinero y comprar armas para los contrarevolucionarios de Colombia. Ese año fue electo diputado por las provincias del Guayas, Tungurahua y Chimborazo y en Noviembre sofocó la invasión armada del General Yépes en Imbabura que con los Jefes Ezequiel Landázuri, Miguel Paris-Moreno y Antonio Grijalva intentaban avanzar hasta la capital. De vuelta a Quito pudo dictar enérgicas disposiciones que consolidaron el triunfo de las fuerzas del General Cornelió E. Vernaza. Entonces trató de frenar al levantisco clero serrano, escudado tras el Administrador de la Diócesis de Quito, Arsenio Andrade. Todo ello retrasó la Convención Nacional que debía reunirse en Quito y que recién pudo iniciar sus labores en Ambato, el sábado 20 de Enero de 1878, donde fue electo Presidente de tan alta reunión por 33 votos de 37 electores. Entre sus actos más importantes estuvo la conmutación de la pena de muerte a los tres Jefes invasores por otra más benigna de prisión, que sólo se llegó a cumplir en una mínima parte. Demás indicar que tenía gran ascendiente en el ejército y quizás hasta hubiera podido hacerse elegir Presidente de la República, pero no lo quiso para no dividir al Partido Liberal, de suerte que trabajó por Veintemilla, quien salió para el periodo de 1878-1882. En Febrero del 78 había muerto a consecuencia de un parto su hija María casada con el joven Antonio de Lapierre Cucalón, hijo del Ministro de Francia en Quito Antonio de Lapierre, Conde de Lagliouville. Después de ese golpe Urbina se retiró prácticamente a la vida privada instalándose en Babahoyo. Su mente estaba clara, su memoria admirable y ningún achaque le molestaba. Era, lo que se dice, un cuerpo privilegiado. Muy anciano, refiere Camilo Destruge Illingworth, le dictó una muy extensa y detallada Relación histórica en la cual no faltaban ni las fechas exactas de los sucesos. Urbina fue marino, diplomático, estadista, creador, guerrero, magistrado, su nombre constituye un blasón pues se hizo solo y fue hijo de sus propias obras. Su fallecimiento ocurrió sin enfermedad aparente en la madrugada del 4 de Septiembre de 1891. El sepelio fue multitudinario. El Diario Los Andes anotó que desaparecía el viejo veterano, preciosa reliquia, hombre superior, indicándose que jamás había sido anticatólico sino anticlerical y «caigan sobre su tumba veneranda las bendiciones de la posteridad». |
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Juan de Dios Martínez Mera
Posted in presidentes ecuatorianos with tags presidentes ecuatorianos on noviembre 14, 2008 by edmolin657
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