Julio 14, 2006
Jorge Martillo para EL UNIVERSO
Cae la noche sobre Guayaquil. La piel plateada de la luna cubre al puerto. Las esquinas son iluminadas por el alumbrado público y los letreros de neón.
Las aceras y los portales de Lorenzo de Garaycoa (conocida también como Santa Elena, su antiguo nombre) están invadidos por bohemios y noctámbulos porque esa calle, entre Luque y Colón, alberga a La Lagartera.
He retornado a los años. Antes los músicos se apostaban en los portales de almacén Tía y Diana, tienda que vendía cervezas y trago fuerte hasta la medianoche. Ahora, la mayoría de los músicos se sitúa al frente, hacia la esquina de Sucre, a un costado de los puestos que venden platos típicos hasta el amanecer.
El sereno en Guayaquil
A las ocho empiezan a llegar los músicos y después los clientes que vienen a contratarlos para serenatas, fiestas y otros eventos. El sereno es una de nuestras antiguas costumbres que aún se mantiene.
En 1936, el español F. Ferrándiz Alborz publicó 25 Estampas de Guayaquil, en la titulada ‘El sereno’ expresa: “Y uno de los aspectos populares de Guayaquil de mayor intensidad emotiva y popular es el sereno. (…) Quien haya oído a altas horas de la noche un sereno bajo los portales (…) y tenga sensibilidad de artista, indefectiblemente se queda en Guayaquil para siempre”.
Los músicos de La Lagartera, abrazados, casi atados a las cuerdas de sus guitarras y requintos. Agitando y haciendo sonar las semillas de las maracas. Arrullando a la noche con sus canciones. En medio de esos acordes, llegan los desesperados por conquistar a una mujer o por recuperar los favores de un amor que se va.
Esa noche, en la esquina de Sucre, converso con Washington Figueroa, más conocido como Wacho. Cuenta que La Lagartera nació en Av. Quito y Clemente Ballén. Luego se desplazó a Lorenzo de Garaycoa y Luque, extendiéndose hasta Colón. En esos portales cantaron Julio Jaramillo, Olimpo Cárdenas, Lucho Bowen y un sinnúmero de artistas.
Él llegó en 1967 y al poco tiempo formó el Trío Guayas. En esa época había pocos músicos, luego el número aumentó, pero había trabajo para todos porque antes hasta el pobre llevaba serenata. En esos tiempos una serenata costaba entre 30 y 45 sucres. Ahora no hay precio fijo, un trío por tres temas cobra entre $ 50 y $ 70.
Cuando un cliente le dice a Wacho Figueroa que el sereno es porque ha peleado con su novia, la primera canción que interpreta es: “Perdón, vida de mi vida”, y dos boleros más de reconciliación. Si la serenata es de despedida por el viaje de un emigrante, canta Malabu: “Adiós, ya me quedo sin ti”.
No olvida una noche que comenzaron a cantar: “Si tú sientes el aire que besa/ ese aire es mi aliento”, y en eso se asomó un hombre sin camisa y preguntó: ‘¿Bueno, y ustedes a quién carajo le traen serenata?’. Ellos contestaron: El señor es quien la trae. Entonces el ingeniero que los contrató dijo que era para la señorita fulana de tal. Y el otro furioso dijo que esa era su esposa.
El ingeniero comentó que eran compañeros de oficina y que había dicho que no tenía compromiso. Entonces, el marido bajó con un garrote, “nos embarcamos en el carro del ingeniero y hasta luego”.
En este oficio ocurren cosas insólitas: “Si me contratan para darle una serenata a una imagen o una estatua, le canto. Si están velando a un muerto, también porque los que me escuchan y quienes me pagan son los vivos”. Eso pasa cuando en el cementerio interpretan las canciones favoritas del difunto, cuenta Figueroa.
También llegan señoras a contratar serenatas para sus esposos, entonces el tema es: “Toda una vida me estaría contigo”. Cuando amenizan fiestas, les piden música alegre y al terminar alguien pregunta: “¿Y ya se van los artistas?”. Entonces negocian por una hora más y si el contrato se alarga interpretan unas canciones de yapita.
Figueroa dice que llega a las 20h00 y por experiencia sabe que la gente va a buscarlos entre las 23h00 y 24h00. Si no hay movimiento se retira para no pasar mala noche, pero otros se amanecen.
Algunos se enfadan cuando los llaman lagarteros, pero el sitio se ha hecho tan popular que han llegado artistas de Puerto Rico, Chile, México, Colombia, Perú que dicen: “Vamos a visitar a los músicos de La Lagartera, porque el nombre es internacional como la Garibaldi de México”.
Ya en la medianoche llegan unos pocos clientes. Antes de partir pido la canción de siempre: “Hoy quiero recordarte/ en mi loca bohemia/ esta noche de insomnio/ que vivo por tu amor./ Todo se torna en sueños/ en un recuerdo añorado,/ por eso soy bohemio/ bohemio por tu amor”.
Algunos se enfadan cuando los llaman lagarteros, pero el sitio se ha hecho tan popular que han llegado artistas de Puerto Rico, Chile, México, Colombia, Perú…
Washington Figueroa
músico
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