Archivo de cajamarca

Llanganati

Posted in historia, tradiciones with tags , , , , , , , , on septiembre 12, 2008 by edmolin657

 
   
La sola palabra Llanganati es ya sensacionalismo, siendo como es, sin embargo, no más que un lugar geográfico, un paraje en medio de los Andes, en el centro mismo de la República del Ecuador. A pesar de tratarse de un nombre propio, este nombre es una denominación conceptual, como muchas de las palabras de las lenguas indígenas que se han incorporado a los idiomas de las naciones americanas actuales. Llanganati es una palabra compuesta de dos palabras quichuas, el quechua del Ecuador: llangana y ati. Es un nombre indio, leyenda india, reserva india, misterio indio, que ha magnetizado durante siglos la codicia de los extranjeros en este país.

Llanganati en su forma ortográfica es ya un laberinto misterioso y mágico, un jeroglífico que una vez descifrado convierte el misterio presentido en un misterio cierto, en un enigma declarado, y que cuanto más en él penetras más escandaloso se te revela.

La prodigiosa ciencia de los incas lo era más aún porque no estaba escrita en ninguna parte, porque no se almacenaba en documentos que unos sabios transmitieran a otros sabios y unas generaciones a otras; los incas no escribían caracteres que podamos leer; escribían figuras, símbolos, a veces tan grandes que eran gigantescos e imposibles de leer desde su entorno. Los incas no leían sino el pensamiento, la Naturaleza, el Cosmos y el Microcosmos; su lengua no comenzó a escribirse más que tardíamente, cuando su cultura era ya todo un imperio decadente. Por este motivo las interpretaciones modernas del quichua han sido muchas veces parciales e incompletas.

El total del tesoro que el emperador inca Atahualpa pagó al conquistador Francisco Pizarro por su liberación era de un monto de 40.860 marcos de plata y 1.014.126 pesos de oro, que los indios dijeron que era un bohío lleno entero y mucho más, que el emperador había mandado traer mucho más y más que llevaban sus súbditos los indios de sus dominios, y que Pizarro no llegó a cobrar. Tampoco llegó a liberar a Atahualpa, habiendo cobrado del rescate lo que cobró, y le dio muerte. Por la cotización del oro y plata de hoy en día el tesoro entregado por el rescate de Atahualpa valdría unos cuarenta millones de dólares.

En el Libro Primero de los Cabildos de Lima, Volumen Tercero, año de 1888, páginas de 121 126, consta el Testimonio de la Acta de Repartición del rescate de Atahualpa, otorgada por el Escribano Pedro Sancho. La lista entre quienes se repartía el tesoro, aparte de los quintos reales, comprende a 146 personas y a cuatro entidades, a la Iglesia, al hospital de enfermos en Piura, a la expedición de Hernando de Pizarro en pos del otro emperador inca contemporáneo de Atahualpa, y otra cuarta para las deudas y los fletes de Almagro.

Francisco Pizarro y Sebastián de Benalcázar salieron millonarios en dólares actuales con el cobro de aquel rescate del Año 1533 en Cajamarca.

Pero allí, en su desdichada prisión, se le escapó a Atahualpa decir que Quito era el lugar donde él más oro había visto; al oírlo, sus conquistadores buscadores se quedaron con la historia.

Bien sabían los indios que la codicia de estos extranjeros por el oro no tenía límites y que no se contentarían con el bohío lleno en Cajamarca, … y mucho más…, para soltar al emperador prisionero. Por eso, y anhelando la forma de hartarlos, del viejo reino quiteño comenzaron a acarrear oro hacia el lugar en que estaba encarcelado su señor; más no llegó el oro a tiempo porque la impaciencia de los carceleros era desmedida, igual que su codicia.

Los cronistas oficiales de Indias suelen manejar cifras que para nosotros son inverosímiles. Tienen fama los andaluces y los extremeños de ser exagerados; pero a quien estamos refiriéndonos ahora no era andaluz sino madrileño y, en todo caso, fue enviado a la conquista, como todos los cronistas, de parte del Rey, para dar fe de todo cuanto acontecía por medio de escritos hechos de su puño y letra. El cronista en cuestión es Fernández de Oviedo, nacido en Madrid, persona culta y, en principio, fiable; pero sepamos lo que cuenta: …Sabida la muerte de Atahualpa y partido el Gobernador (Pizarro) de Cajamarca para El Cuzco, vinieron muchos indios y arrasaron el pueblo y no dejaron en él piedra sobre piedra, desenterraron el cuerpo de Atahualpa y se lo llevaron y no se supo dónde lo pusieron. Se supo y se dijo que el capitán Rumiñahui se fue con doce o quince mil hombres de guerra y que llevó sesentamil cargas de oro a Quito y a otras partes donde pareció mejor encubrirlo, que no se ha hallado ni habido de todo ello sino muy poca cantidad.

Es necesario un gran esfuerzo investigador para evaluar con exactitud la equivalencia de estas sesentamil cargas de oro. Si echamos la carga a cuatro arrobas (aproximadamente a esto por entonces en España y según regiones) y estas a once kilogramos, el monto resultante es desorbitado. Haremos otra estimación más prudente, no por desconfiar de Oviedo sino por calcular a la baja, empleando otro método. Si de esos doce o quincemil indios súbditos del Emperador, al menos diezmil cargaban oro y se cargaban a sus espaldas como hoy lo siguen haciendo sus descendientes, es probable que cada indígena transportara cuarenta kilogramos; resultaría de ello un total de cuatrocientos mil kilogramos de oro transportados. Cuatrocientas toneladas de oro. Al tener en cuenta la pureza de ese oro como en un cincuenta por ciento de la del oro actual de 18 quilates y al precio mundial del oro hoy, tal monstruosidad de riqueza alcanza la cifra de tres mil quinientos millones de dólares. ¿Sería posible una acumulación de oro como esta? Si lo fue, ¿esa era la parte del rescate de Atahualpa que Pizarro pudo cobrar y no cobró?

Los rumores de esta huida del rescate se hacen creíbles por lo que sabemos de las muertes que Sebastián de Benalcázar dio a unos cuantos indígenas para hacerles confesar; … ¡y no confesaron ni vivos ni muertos!

Oviedo da noticia de otros hechos tan explicativos e incluso más creíbles que su propio cálculo numérico: ….Se sabe de indios principales que preguntándoles si le quedaba a Atahualpa más oro del que había dado a los cristianos, tomaban un celemín o más de maíz y hacían un montón de ello y de aquel sacaban un grano y decían: Este grano es lo que ha dado Atahualpa de sus tesoros y lo que queda es eso otro, señalando el montón con el dedo. Los americanos indígenas también son dados a exagerar. Pero aquellas palabras del Emperador preso eran bien claras: …. En Quito hay la mejor mina de plata, porque sacan de ella más cantidad que en ninguna otra parte. Escribientes de Pizarro tomaron buena nota de ello.

¿Dónde pudieron esconder los indios súbditos de Atahualpa, con su capitán Rumiñahui al frente, tal cantidad de oro?

—En algún abismo, sin duda.

Sin pretenderlo, y sin darme cuenta siquiera, estaba encontrándome con que el día y la noche de mi viaje se parecían tan poco que me producían una extraña sensación de estar haciendo dos viajes distintos. Ocupado en uno, que era mi trabajo, no podía sustraerme al otro, ni por mi propia voluntad ni por la de los demás del equipo que cada noche me incluían en la audición de los relatos.

Al día siguiente, después de que las manos de Galina por segunda vez habían pasado sobre mí, dejé de tomar las pastillas de vitaminas y las vacunas contra peligros de la selva; era superfluo ponerme más defensas de las que ya tenía. Los envases de comprimidos quedaron llenos encima del lavabo y en su lugar, en el equipaje para el Oriente, metí el gel de baño de Rochas para ducharme bajo la lluvia, en el campamento, si llegaba el caso.

Son muchos los quiteños a quienes les suena la leyenda de Llanganati.

—¿Van por los tesoros del Inca?  Nos preguntaban.

Ya sabían que el equipo español de televisión iría a la selva en el oriente. Ahora, en broma, hablábamos de otra expedición a las montañas de Llanganati. Nunca los comentarios que nos hacían sobre estas segundas intenciones fueron faltos de ironía, porque es difícil saber hasta qué punto creen y no creen en lo del tesoro escondido. Desde luego se tiene noticia de los extranjeros que dejan sus huesos en las misteriosas montañas, pero de los nativos, si desaparecen en ellas o no, no trascienden las noticias.

Esta leyenda como otras, y más siendo antigua, de siglos, de tiempos de conquista, está entremezclada con muchas más; la de la iglesia de San Francisco, por ejemplo, la del indiano Cantuña, la del tesoro en el Banco de Escocia,… Hay varias que tienen un tronco misterioso común. Parte del laberinto creado ha sido la lengua quechua – quichua en el Ecuador-, que ha pasado a nosotros con su terminología, su nomenclatura y su toponimia sin traducir, y los nombres que en quechua eran comunes han quedado en el castellano como propios para quienes desconocemos su etimología; la otra parte del laberinto legendario viene creado por la tendencia que las creencias religiosas tienen a mitificar historias basándose en intervenciones milagrosas o satánicas.

Felipillo

Posted in historia, notas periodísticas, tradiciones with tags , , on septiembre 6, 2008 by edmolin657

FELIPILLO
TRADUCTOR.- El Felipillo famoso de la conquista, tan vituperado por tirios y troyanos, es un hombre importantísimo en el drama del asesinato de Atahualpa en Cajamarca y bien merece ser estudiada su vida en detalle.

Comencemos por decir que es nuestro paisano pues nació en la isla Puná hacia 1.510 y que de niño debió aprender en las vecinas costas de Tumbes un quechua bastante malo, pero suficiente para hacerse entender y comprender a medias y nada más. Pizarro lo apresó en su segundo viaje y le tomó afecto, llevándole a Panamá donde lo hizo su «trujamán» u hombre de confianza, bueno para todo trabajo, desde Mercurio de amor hasta limpiador de bacinicas; lo tenía viviendo en su casa y hasta lo vistió con sedas, que debía aparentar bastante por ser criado de un caballero. También le dio caballo y hasta lo hizo bautizar, honor grande para un indio porque equivalía a igualarse como hermano de sus amos, según la mentalidad imperante en esas épocas.

En 1.528 lo llevó a España «pues era gracioso, sabia ganar las voluntades a cuantos comunicaba y era pies y manos en el servicio de su amo» como lo afirma Gonzalo Fernández de Oviedo. Después de las Capitulaciones de Toledo de 1.529 volvió a América y avanzó con Pizarro hasta la Puná y Tumbes donde se enteraron de la presencia de Atahualpa en Cajamarca, para tomar baños y curarse de una herida de flecha recibida en la pierna. Entonces Pizarro comisionó a su hermano Hernando, que en compañía de Hernando de Soto y Felipillo fue a buscar al Inca en Cajamarca y le transmitieron sus saludos.

Felipillo parece que por la confusión del momento o por algún lapsus gramatical, al verse en presencia del Inca, confundió las palabras y casi produjo una ruptura de relaciones entre Atahualpa y los comisionados, que hubiera sido de fatales consecuencias para estos últimos.

Después de su captura volvió a ver a Atahualpa y se convirtió en uno de sus peores enemigos, dando a los españoles noticias alarmantes sobre supuestos preparativos bélicos, cuando lo que deseaba era que mataran al Inca para quedarse con una de sus numerosas mujeres, de la que se había enamorado.

Ajusticiado el Inca, Felipillo reclamó su parte de la herencia y se acostó con la Colla, honor sublime dada su triste condición de plebeyo y provinciano, pero todo se puede en esta vida con tesón y suerte, así es que nuestro paisano se refociló algunas semanas en lecho de rey y colchas de lana, siguiendo hacia el Cusco y entrando entre los vencedores.

En 1.534 partió con Almagro hacia el norte para impedir que Benalcázar se alzara con el santo y la limosna. Después se unieron ambos capitanes para hacer frente común a Pedro de Alvarado que llegaba desde las lejanas costas de Centroamérica a disputarles el botín. En tal trance Felipillo se pasó al bando de Alvarado creyendo que éste ganaría y hasta insinuó la muerte de Almagro, que en esto de muertos Felipillo nunca se quedaba corto; sin embargo aquí le falló la suerte y hechas las paces tuvo que achicarse ante Almagro y pedirle perdón y sólo se salvó merced a la intercepción amistosa de Alvarado, pero de todas maneras quedó en desgracia. Ya no volvería a ser como antes, el niño consentido de los conquistadores y pieza clave en el dominio de estos territorios.

Nuevamente en el Perú, aceptó a su amo Pizarro que lo enviara con Almagro, esta vez a la conquista de Chile, con la secreta consigna de que viera todo y luego se lo contara. En Chile Felipillo volvió a intrigar contra Almagro metiendo chismes entre los indios para que estos se sublevaran; algunos le hicieron caso y los españoles pasaron numerosas penurias y tantas, que Almagro malició algo y forzó a Felipillo a confesarse culpable, de donde le hizo dar muerte sin más ni más, como a un traidor cualquiera.

Así terminó sus correrías en este mundo quien fuera «trujamán y Faraute» dejando a la posteridad su nombre para calificativo de traidores y felones.

Garcilaso de la Vega no lo quiso y en los «Comentarios Reales» se expresó muy mal de él. Otros autores siguieron esta línea y también han denigrado su memoria; pero, a decir verdad, Felipillo no fue ni bueno ni malo, Simplemente siguió el ejemplo de sus amos los conquistadores que sin ningún derecho ni recato vinieron a tomar lo ajeno como propio y encima bravos.

Fue sólo un pícaro más de los muchos que vivieron por esos días en América y que dieron tanto que hablar a la novela española del siglo de oro, poblada de Gil Blas de Santillana y otros de igual ralea, tan abominables como simpáticos, inteligentes y peligrosos. Lo que llama la atención en Felipillo no es su escasa moral sino sus agallas para tratar de engañar a los españoles con chismes y cuentecillos del Inca, con el secreto propósito de amar a una de sus mujeres, que de fijo también lo ha de haber querido por igual, hambreada como estaba de sexo por la continencia forzosa a las que las sometía el Inca, que según se conoce era marido oficial de más de trescientas, muchas de las cuales ni siquiera había tocado una sola vez en su vida y a todas tenía solo por lujo y como obsequio que le hacían los Caciques del Imperio; simples objetos políticos que no de placer. Estimo que Felipillo por lo menos puso al día a una de esas desventuradas…! con el fuego propio de sus años juveniles y con las ansias de todo plebeyo que alcanza una pieza de caza mayor.