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Entrevista a Alberto Castillo Palma

Posted in entrevistas, músicos ecuatorianos with tags , , on septiembre 14, 2008 by edmolin657

Marimbero por tradición y convicción. Así se define Alberto Castillo Palma, un esmeraldeño que ha dedicado 34 de los 46 años de su vida a la ejecución y construcción de marimbas.

No duda en reconocer que el gusto marimbero lo lleva en la sangre: “Mi madre, Petita Palma, fue mi mejor guía y referente”, dice, con el tono suave que denota la sencillez de su personalidad.

Antes de narrar el cuento de su vida, se acomoda en uno de los  muebles de madera que llenan su sala y dedica una mirada fugaz al centro de mesa: una figura en cerámica de una  marimbera.

Mi pasión
“La marimba. Su permanencia y evolución. Lucho porque nunca muera esta hermosa tradición ”.

Músicos y turistas de todo el mundo llegan a este rincón esmeraldeño, para adquirir marimbas “a su medida” o dejarse encantar por las vivencias de Alberto.

¿Cómo influyó en su vida  ser  hijo de Petita Palma ?

Mi niñez estuvo vinculada indirectamente a la marimba y a sus mentores. Ella despertó en mí la inquietud por este arte.

¿En qué momento la marimba adquirió  mayor importancia para su vida?

Fue cuando tenía 12 años. Mi madre dirigía un programa de radio en la estación Iris. Había música en vivo. Yo la visitaba luego de la escuela y veía cómo los marimberos interpretaban una serie de instrumentos y canciones. Me gustó y les pedí que me enseñaran.

Mi credo
“Dios está por sobre todas las cosas. Es el principio de todo y el que nos acompaña en cada momento ”.

¿Quiénes respondieron a ese llamado musical ?

Varios, pero el que me enseñó a entonar la marimba fue José Castillo. Lo considero el mejor marimbero de todos los tiempos.

¿Qué le hace merecedor de esa categoría?

Era el único que cantaba y tocaba al mismo tiempo y el único que no seguía un patrón musical definido. Improvisaba y creaba mucho en las presentaciones.

¿Fue complicado aprender los secretos que se tejen alrededor de la marimba?

No, aunque los marimberos de aquella época eran muy cuidadosos a la hora de hablar sobre sus conocimientos.

Mi  lugar
“En el salón de clase, frente a los niños, en los talleres
de marimba. Allí hago realidad mis sueños”.

¿Por qué?

La marimba no era bien vista a nivel social y había muchos prejuicios. Además, eran muy pocas las personas que sabían de este instrumento.

Pero… ¿en qué medida ayudó el ser  hijo de Petita Palma?

Ella los convenció. Le preocupaba que la mayoría de marimberos empezaba  a morir y con ellos también la cultura musical de nuestro pueblo.

Usted se convirtió en su interlocutor…

Mi madre siempre me dijo que domine el oficio de los más viejos para que no se pierda. Ellos tenían 70 y 80 años, a pesar de eso tocaban con mucho talento.

Mi tesis
“Que se valore la riqueza
de la marimba y se le dé el
lugar que merece en los círculos  de  música formal”.

Eso explica también  el interés de aprender  a construir marimbas…

Sí. A veces una de las teclas de la marimba se rompía y no encontrábamos quién la arreglara. Teníamos que esperar de tres a cinco días hasta que alguien nos atendiera. Por lo general, los constructores de marimba vivían en la zona  norte  de Esmeraldas.

¿Cuál fue la primera marimba que construyó?

En 1973 llegó  una chica de Alemania. Me dijo que quería una marimba tradicional y yo me ofrecí a elaborarla.

¿En ese tiempo ya  tenía los conocimientos necesarios?

No los suficientes. Fue toda una aventura porque eché mano de los materiales que tenía. Se la hice con serrucho y machete. Un amigo me ayudó para entregarla a tiempo y la vendimos a 1 000 sucres. Ella se fue encantada.

Su vida
en 15 líneas
Alberto Castillo Palma  nació en la ciudad de Esmeraldas, en 1961 . Se vinculó al ámbito musical cuando cumplió 12 años. Es padre de tres mujeres, también marimberas. Su madre, Petita Palma, influyó en su formación. Es director musical del grupo de danza Tierra Caliente. También es   docente en el Conservatorio Municipal de Música de Esmeraldas y dicta talleres a niños de escasos recursos de la provincia. En la ciudad de Atacames dirige la escuela de marimba de la aldea SOS .

¿Qué vino después?

Cada vez construía marimbas más grandes y de mejor calidad.

¿Existe alguna que le traiga algún recuerdo especial?

Hace un año vino de EE.UU. un doctor en música. Me pidió dos marimbas. Una de ellas fue la mejor que he construido. Él incluso  se quedó sorprendido  pues  estaba perfectamente afinada.

¿Es necesario tener un oído educado para afinarlas?

La experiencia me ha dado esa cualidad, pero la técnica también tiene mucho que ver. Mientras más gruesa es la placa de la marimba el sonido es más agudo. Si la placa es fina, en cambio, el sonido se hace mucho más grave.

¿Cuáles son las partes de una marimba?

Una lámina de placas, parecida a un teclado; un armazón y una serie de tubos de resonancia que se ubican bajo cada placa.

¿Cuál es la clave para construir marimbas de calidad?

El material. Por lo general se emplea madera fina como la chonta  para las placas de la marimba. Y caña guadúa o bambú para los tubos de  resonancia.

¿Cuáles son los cuidados que se da a los materiales?

Es importante que el material esté bien seco antes de empezar la construcción. De eso depende la calidad del sonido. Antes, los marimberos decían que era necesario esperar la luna llena para construirlas. Según su creencia, eso les daba mejor resonancia.

¿Cuántas marimbas ha construido en su vida?

El número es incalculable. Pero entre pequeñas, de una octava, y grandes, hasta de cuatro octavas, son más de 2 000.

¿Quiénes han sido sus principales clientes ?

Músicos y turistas de todo el mundo.  Mis marimbas están en Europa, EE.UU., Chile , Colombia, Venezuela… y eso que no tengo correo electrónico.

¿Cómo lo contactan?

Algunos llegan a Quito y ahí los músicos les dan la referencia. Otros vienen directamente recomendados por músicos a los que les he construido marimbas

¿Cuánto tarda en armar una marimba, en promedio?

Por lo general dos semanas, pero no tengo marimbas listas para vender. Solo las hago cuando alguien me las pide.

¿Por qué?

Para mí la construcción de marimbas no es un negocio sino una forma de promover su uso.

¿Qué otras actividades ocupan su tiempo cuando no construye marimbas?

Soy director musical del grupo de música y danza Tierra Caliente. Además, dirijo varias escuelas y talleres de marimba.

¿Quiénes participan en estos talleres?

Niños y jóvenes de escasos recursos de la provincia.

¿Cuál es el motivo de estar  al frente de estos grupos?

El que ha guiado toda mi vida: no dejar que muera la marimba y dejar esa semilla en las nuevas generaciones para que continúen con esta lucha, que a veces es contra viento y marea.

¿Cuáles han sido las principales dificultades?

Hay poco apoyo de las autoridades del Estado y la entidad privada. No se reconoce el valor cultural. Eso no ocurre en otros países.

1.- Un poncho entre los Andes

Posted in historia with tags , , , , , , , on septiembre 12, 2008 by edmolin657

 
   
Los viajes en avión que son largos ponen al revés las manecillas del reloj y te dan la oportunidad de invertir la moraleja y hacer por la tarde lo que dejaste de hacer en la mañana; porque la mañana empieza cuando llegas a tu punto de destino, o no empieza cuando empieza sino cuando acaba, o empieza la mañana cuando en tu reloj ha empezado ya la tarde. En este modo fue la llegada a Quito, al principio de una mañana que había terminado ya y con el viajero que acumulaba el cansancio de una noche doblemente larga.

Tan pronto fueron abiertas las maletas en mi habitación los nudillos de una mano golpearon la puerta por fuera y, al abrirla yo, una sonrisa de flores amarillas me pidió permiso para entrar. La sonrisa era una bandeja llena de zumos y frutas tropicales que se ofrecían a refrescar y dulcificar el principio de mi estancia como huésped. No podía haber un recibimiento más sabroso y más digno de aprecio. Fue esto lo que me retuvo despierto y me ofreció la oportunidad de mirar por la ventana.

El hotel Internacional Quito está elevado sobre la ciudad y al lado opuesto al perfil de Sucre en el monte Pichincha, oposición muy agradecida por mi parte porque este emplazamiento es mucho más exótico y menos patriota, sin representaciones de batallas heroicas; en esta parte el paisaje es el de la calma reflejada en el inmenso valle que parece nacer al mismo pie del hotel.

Sobre mi mesilla, en la cabecera de la cama, veo una tarjeta de visita muy especial en la que se perfila una figura humana desnuda y asexuada, tumbada, recostada en ninguna parte pero horizontal, con un número de teléfono y la sugerencia de poner el cuerpo a la altura de los Andes. En ese momento la bañera ya estaba llena de agua y espuma y calculé que en ella cabría más de una persona; sin embargo decidí no abandonarme en ella y no despreciar la invitación de la tarjeta y el número telefónico.

La ciudad de Quito parece un enorme poncho de los quichuas que hubiera caído del cielo y se quedara aquí tendido bajo el sol vertical del ecuador, en un suelo privilegiado por las cumbres nevadas de los cuatro volcanes que están a sus cuatro puntas.

El baño caliente y perfumado me devolvió la consciencia sobre mi cuerpo. En cualquier parte del mundo ocurre que pagando en dólares se hacen realidad los deseos de confort y es posible sumergirse bajo la espuma de Rochas aunque sea a cuatro mil metros de altitud.

En el instante final de este primer placer que yo me permitía llegó la respuesta a mi demanda telefónica; era una muchacha quiteña vestida de azul, con un sombrerito negro sobre la cabeza y una mochila de colegiala a la espalda. Me pidió hacer uso del cuarto de baño y entró a cambiarse mientras yo me dejaba caer sobre la cama; en pocos minutos volvió a salir como si fuera una alumna de las aventajadas en educación física; me entregué gustosamente a sus manos intuitivas y adiestradas para distender cada músculo, cada hueso y cada nervio mío, para recuperarme del insomnio. Mientras permanecí en la ciudad y cada día que pude volví a solicitar los servicios de esta bella quiteña que me regalaba trofeos de bienestar.

Ojalá pudiera uno encontrar un truco para rebobinar la historia y hacer un nuevo montaje de ella. Yo haría entonces una película de canciones indias de todos los pueblos de América, en la que los conquistadores fueran conquistados, que toda la sangre de las batallas fuera música y la codicia de los explotadores fuera pasión por ser amados de estas gentes que, como escribiera Colón en el principio de su diario, son tan generosas que dan de sí todo cuanto tienen; entonces alcanzaríamos la simbiosis perfecta de la magia y la utopía, la alianza de la naturaleza y la razón; entonces no hubieran surgido monumentos ni a las batallas ni a los mártires.

El turista recién llegado a un país es objetivo esperado por quienes viven de explotar la ignorancia o la buena fe de los demás, por los buscadores de primos a quienes dar el pego con el broche de oro, la esmeralda de ganga, la falsa arqueología y el falso folklore con apariencia de verdadero; si además el forastero es compatriota de quien lo recibe, entonces pagar también por su sensiblería y con ella tendrá que pagar el descaro de quien le ofrece fascinantes aventuras a la vez que le pide no importa qué trozo de patria que lleve en su maleta. Ese fue el pretexto con el que en mi habitación se consumieron tres botellas de brandy jerezano y unas cuantas cajetillas de tabaco negro ardieron, a más de otras tantas desaparecidas sin ni siquiera dejar allí el humo. A veces no es uno solo de estos cazadesprevenidos el que aparece sino varios o una nube de ellos. Pero en este caso se trataba de un tipo especialmente favorecido, porque venía pertrechado de historias asombrosas y todavía nuestras divisas estaban intactas.

Hay palabras misteriosas que encierran mágicos tesoros en su significado, incluso para quienes las escuchan por primera vez. Es fácil que en América una palabra tenga connotaciones exóticas, con un trasfondo de aventura y una promesa de riqueza fascinante, casi siempre dorada.

En Ecuador la sola palabra Llanganati es objeto de mil interpretaciones y descripciones diversas, porque ese nombre es ya toda una leyenda.

La habitación 403 iba llenándose del humo de Ducados y del aroma de Jerez, mientras otra bruma, más espesa todavía, llamada Llanganati, impregnaba el ambiente con historias contadas a retazos por un loco descarado llamado Ernesto, de barba y cabello blanco, con gafas gruesas y verborrea incesante, atragantado con el tabaco y el brandy. No mi generosidad, sino la de mis compañeros me obligó a escuchar hasta altas horas de la madrugada los cuentos de aquel sonado, remedo de viejos buscadores de Eldorado. Las oscuras montañas de que nos hablaba, según salían de su boca, ensombrecían mi cuarto y sentíamos ya la humedad fría de sus nieblas perpetuas, asfixiantes, encubriendo el relumbrón de los ingentes tesoros del Inca que los había sepultado allí y que todavía ningún valiente, ningún audaz aventurero, los había recuperado.

Yo, que no buscaba más aventura que la que en ese momento vivía, estaba deseando ya que cada día me contaran una historia como esta, aunque se agotaran las reservas de mis maletas. El colmo de mi felicidad se hubiera dado de contar con otro narrador, un viejo cura de aldea, por ejemplo, un profesor de instituto sin ganas de comerciar, una bruja, un curandero, un alcalde de municipio minúsculo, insignificante, no un vivaracho presumido y engañabobos como este; pero aquí estaba él con su mórbido relato que me tomó desprevenido y que, por tanto, me era imposible sospechar adónde podría llevarme.

Al llegar a Quito no hay un solo ciudadano que no se esfuerce en proclamar la deliciosa climatología que se disfruta, y recalcan en unas cualidades o en otras según les parezca oportuno; Siempre es primavera aquí, dicen. Tenemos las cuatro estaciones en un día. Lo que venga al caso, por muy diferente que sea. Porque efectivamente en una sola carrera de taxi se puede viajar a través de una tormenta de granizo, de un sol espléndido y de la más espesa niebla.

Pero a mi juicio hay una cualidad más notable todavía que todas estas y es la pureza del aire. Naturalmente es preciso estar acostumbrados a vivir en una de esas ciudades enmohecidas por la contaminación atmosférica para poder sorprenderse ante la pureza del aire de Quito.

Más allá de esto, el extranjero se da cuenta realmente de la climatología de esta ciudad cuando viva en ella una mañana enteramente diáfana, aunque no haga más que caminar por sus calles, pero sobre todo si se dispone a un paseo o excursión por el campo; entonces sabrá lo que significa Ecuador, donde el sol cae vertical sobre la tierra. Además de la proximidad extra del sol, por su verticalidad, atraviesa un cielo tan transparente que abrasa la piel del recién llegado. Por esto los naturales del país tienen la tez de un preventivo filtro solar.

Yo amanecí a mi primera mañana quiteña después de una noche cargada de brumas de historias extrañas. Mezclar alusiones a los tiempos de la conquista, –que en el caso de los incas fue especialmente cruenta, porque, entre otras razones, la sociedad incaica era cruenta ya de por sí– con la persistente quimera del oro, y ambientarlo en la geografía inhóspita y fría de los Llanganati, daba como resultado una cierta desazón.

Esa noche había decidido apartarme del velorio cuando iba a comenzar su segundo capitulo, ese en el que mis compañeros van a morder el anzuelo lanzado por Ernesto, prometiendo organizar una gran expedición a los Llanganati, porque, entusiasmados, allí encontrarán el fabuloso tesoro que hace casi cinco siglos ocultaron los incas para que los españoles no lo cogieran. La expedición habrá de ser filmada para la televisión con todo lujo de medios técnicos y de personal y resultaría, a buen seguro, de un gran interés científico.

El segundo día fui capaz de madrugar tanto como para contemplar al Cotopaxi desperezando su nevado bajo el sol, al otro lado de este valle del Guápulo por donde, otro día de hace siglos, Orellana salió de Quito camino del Amazonas. La niebla en el valle reposaba como si fuera un embalse de nubes, lleno a rebosar, entero, desde mi hotel al Cotopaxi; todo el camino parecía ser llano. La piscina termal bajo mi ventana exhalaba en el amanecer andino sus vapores cálidos acentuando lo paradisíaco del lugar, y una sola bañista, con maillot azul, nadaba en ella cuando eran las seis de la Mañana.

No siempre, pero a veces Sí, despertando pronto se tiene la suerte de ver lo que ocurre a esa hora y que Después no vuelve a ocurrir.

El hotel Internacional Quito es el más frívolo y festivo de la ciudad. Cada temporada taurina se ve lleno de fiesta española, con los toreros hospedados Aquí, sus cuadrillas y chicas guapas, otra raza de manolas, mestizas y mulatas, que son gustosas de acrecentar el folklore y la juerga. Aun fuera de temporada el hotel mantiene su aire desinhibido y jovial, lúdico, con muchos empleados vistiendo trajes indígenas, haciendo gala de una amabilidad permanente y una paciencia sin límites. Vivir en él es un placer, rozando la lujuria que no resulta casual sino acostumbrada; jugoso, fresco y aromático, como la piña tropical, el mango, la naranja y la papaya, dulce como los labios de una muchacha india y exuberante como el saludo del indígena puro, incontaminado, que conserva el vigor de la raza americana y el espíritu montaraz, hombre que lleva dentro algo de dios andino y algo de puma selvático.

Queramos admitir o no como tópicos estas expresiones, por aquello de que cualquiera que no viste nuestro estándar de diseño occidental ya es exótico, lo cierto es que me resulta admirable el hecho de que todavía existan seres humanos con vestigios de raza pura o, al menos, que se parezcan a su tierra, que tengan una forma de vida peculiar enraizada en su lugar de nacimiento. Por esto los europeos y los norteamericanos y los japoneses ya no se me parecen a ningún dios y los encuentro imposibles de mitificar y, hasta cierto punto, inhabitables para la poesía. Llevamos el occidentalismo como una hibridación de raza y hemos perdido la mayor parte de nuestro parecido con la naturaleza. Quienes nos hemos sumergido tanto en la sociedad industrial – consumista nos hemos alejado de la naturaleza tanto que, entre ella y nosotros, resultamos ser unos perfectos desconocidos.

Al indio americano, incluso al mulato y al mestizo de pocas generaciones, no se les quema la piel con el sol porque todavía la conservan bruñida, heredada de sus antepasados, emparentados con los naturales de los ríos y de los montes, con los seres míticos de los bosques y las selvas.

Yo sé que cada vez que voy a América vivo sobreexpuesto a esta impresión de encantamiento, debido a que todavía la veo como la pintan los relatos de viajes del siglo XVI: El Nuevo Mundo; siento que es un mundo que conserva mucho de nuevo respecto al nuestro viejo. Pero en este viaje mi predisposición a creer en la divinidad de los indígenas era aún mayor, teniendo en cuenta que nuestro objetivo más importante eran los indios de la selva virgen: Lo más recóndito de aquello nuevo antiguo, la América original. Por eso el hechizo que me produjo la muchacha mestiza de sombrerito negro fue tal que, cautivando todos los sentimientos míos y reduciéndolos a uno solo y feliz, aniquilando hasta las más pequeñas tristezas o volviéndolas al revés, todo me lo embebió de esa enjundia especial, del encanto, por muchos conocido, cuyo síntoma más frecuente es la continua sonrisa en plena cara.

Galina Andrade, … se me va a reír usted, quería ser rockera; pretendía llegar a formar parte de un grupo de rock que se hiciera famoso. Tenía la voz como la tendrían las pequeñas viborillas si cantaran, era como el tallo de un tulipán, como un hilillo de agua transparente, como el aire dentro de un canuto que sopla el vidrio, era como las indias de los cuentos de los europeos de hace quinientos años. Galina Andrade, con su nombre llegado de las riveras del Mármara y su apellido de oleaje suave y marinero de los mares gallegos, con su piel acharolada por el hibridaje de barcillo con pedigrí, quería ser una chica del rock. Podía. Podía ser lo que quisiera. Ojalá lo sea.

Las etnias de la selva amazónica y de las cejas de la montaña andina, mucho más suaves que las de los altiplanos, eran más agraciadas en su aspecto físico. A estos niveles bajaron los incas de los valles interandinos, a embellecerse, a medida que los iban conquistando. Galina Andrade debía descender de un grupo de estos indígenas que vivían en las lindes de la selva amazónica, cuando algún europeo con mucha suerte pudo cruzar con ellos su sangre. Tenía plumas en las manos y su aliento era el aliento que tiene la sangre dentro de las arterias calientes. Con sus plumas me embrujó como con varitas azules, igual que si en un resquicio de mí hubiera entrado un grano de maíz dulce. Sus manos me estremecían con ese sobresalto que sufren dos hojas verdes al juntarse por medio de una gota de agua.

Mientras yo la conocí, Galina terminó los exámenes de grado y empezaría a estudiar medicina en el curso siguiente. Y … se me va a reír usted, yo, por eso, porque quería tener un grupo de rock. No tuve tiempo de conocer de Galina más que su nombre y su primer apellido, el celofán humectado y brillante de sus labios, la laca de sus uñas, sus bambas y sus camisetas, su mochila de colegiala, y ni siquiera supe qué llevaba dentro; a lo más secreto suyo que llegué fue a verla mirarse en el espejo del pasillo cuando volvía a salir de mi habitación; allí recomponía su sobrerito con las dos manos y se miraba por los dos lados que podía verse, por encima de un hombro y por encima del otro. Quiteña, diecisiete años al nacer. Valdría la pena, para más de uno, ser el eterno escritor de tus versos. Porque todavía no has nacido a la civilización contaminada, la que taladra agujeros en la estratosfera y que despega tanto las capas superficiales de la piel de las profundas de los sentidos.

La banda mocha

Posted in historia, tradiciones with tags on septiembre 6, 2008 by edmolin657

Las Bandas Mochas constituyen manifestaciones artísticas culturales vivas en las comunidades negras asentadas en la cuenca del Río Chota y Mira, así como en las comunidades mestizas de nuestro cantón.

Estas constituyen un grupo de músicos instrumentales parecidos a las Bandas de Pueblo tradicionales, con la diferencia y características de que utilizan instrumentos tradicionales más instrumentos autóctonos como son: bombo, tambor y platillos comunes a todas las bandas y cornetas de penco (cabuyo), hojas de naranja, puros (especie de calabaza seca), e inclusive la mandíbula de asno, que da a la Banda Mocha unos sonidos y timbres especiales y únicos.

El repertorio de las Bandas Mochas es variado: San Juanes, albazos, tonadas, pasacalles, fox incaicos, huaynos, bombas, etc.

Estas bandas son partes importante de los pueblos y caseríos a los que pertenecen, puesto que son quienes animan las diversas festividades de las comunidades, constituyéndose en el centro de la diversión.

El nombre de Banda Mocha se cree que se debe a que utilizan instrumentos recortados como el penco, los puros o también por no ser una banda completa en cuanto a la diversidad de instrumentos metálicos como en las Bandas de Pueblo.

La aparición de estas bandas, al igual que las de pueblo, se sitúan aproximadamente a finales del siglo XIX. Lamentablemente con el pasar del tiempo, estas manifestaciones culturales se van perdiendo, debido al avance incontenible de la tecnología moderna que invade hasta los más recónditos lugares de nuestra geografía, razón por la cual las nuevas generaciones van perdiendo interés por conservar nuestras tradiciones.

En el Cantón Mira, todavía quedan resquicios de esta manifestación cultural, una de ellas es la Banda Mocha “Luz del Carchi” del Caserío Huaquer, que hace poco tiempo, por iniciativa de la Corporación de Cultura de Mira, grabaron un disco compacto, con el empeño de rescatar nuestra música vernácula.